TERRITORIALIDAD.
La territorialidad sigue siendo uno de los ejes sobre los que pivotan los distintos proyectos políticos tanto vascos como españoles. La política, los poryectos, las instituciones, se circunscriben y se piensan en relación a determinados territorios y sus respectivos grupos de habitantes. No es pues extraño que a laresolución de este tema, sobre el que ha habido pocos resquicios para el entendimiento a lo largo de este último siglo y medio, se le asocie con un carácter de "problema" irresuelto, se le defina como un asunto problemático, intrínsecamente plagado de dificultades.
La defensa del espaico cultural euskaldun asociado a un programa político preciso ha sido una cuestión históricamente reciente, por cuanto es patrimonio del nacionalismo sabiniano esta reivindicación sin tener en cuenta criterios territoriales estatalizadores, cmo los que vincularon a Euskal Herria con alguna forma de ordenación territorial española, ya fuera obra de carlistas o de republicanos federales. El mensaje de Arana era claro, "Euzkadi es la patria de los vascos".
La discusión de todo esto, los orígenes históricos de eseta defensa, las realidades sociales y culturales que ampararon dicho proyecto sabiniano, han sido con más o menos acierto detallados. Después de todo ello queda la certidumbre de que fue con el desarrollo sociopolítico de la sociedad vasca a lo largo del primer tercio del siglo XX cuando se dieron las oportunidades precisas para que los protagonistas colectivos de aquella época pudieran decidir sobre el futuro inmediato respecto a este problema. Las campañas en favor de la autonomía del País Vasco o Euskal Herria, en los años 1918-1919 o posteriormente en 1931-1932, fueron las únicas ocasiones en las que pudo debatirse la resolución de este tema con cierta decisión. Luego el tema quedó en el olvido y represión impuestos por el régimen franquista. Pero, como no podía ser menos, los problemas irresueltos durante la dictadura volvieron a reaparecer en los inicios de la transición desde parámetros políticos distintos a los de la época republicana.
Las diferentes visiones que ha habido sobre la reordenación territorial del Estado han tenido mucho que ver con la distinta fuerza que los agentes sociales han demostrado a lo largo de los últimos ciento cincuenta años. Sobre cómo debía orientarse este tema opinaron desde los responsables de la Administración napoleónica, hasta los victoriosos liberales españoles de la década de los años treinta del XIX, o las distintas fuerzas políticas presentes en la época isabelina y durante la restauración borbónica; hasta que a finales del siglo pasado el nacionalismo planteó el tema desde parámetros radicalmente distintos con la defensa del "zazpiak bat" frente a la heterogénea realidad del estado español. En todos los casos, propuestas políticas y proyectos de territorialidad quedaron definidos en relación a la fuerza social y política de los contendientes. Esto mismo es lo que vino a suceder hace poco más de veinte años, aunque con algunas y significativas variantes.
Los primeros escarceos de la transición demostraron que las cosas habían cambiado sustancialmente. Primero, porque, a priori, se suponía que podría reformularse el tema en un clima de libertad que pusiera en su sitio al franquismo uniformador y centralista. Segundo porque no había en principio grandes fuerzas políticas que se opusieran o pudieran oponerse a una reordenación territorial de Euskal Herria, con la excepción de los postfranquistas.
Lo que han deparado los años venideros ha sido una vez más que las relaciones políticas, las fuerzas distintas que estaban en la arena política dispusieron en circunstancias difíciles lo que ha venido a resultar la profundización la división del país en dos comunidades administrativas distintas, la CAV y Navarra, sin visos de aproximación a corto ni a medio plazo hacia un proyecto común. Frente a las dos premisas previas, el desarrollo de la discursión de los temas autonómicos y su consiguiente plasmación en el texto constitucional estuvo excesivamente mediatizado y presionado por los poderes fácticos de manera que aquel clima de libertad necesaria para su discusión y su resolución fue desvaneciéndose; en segundo lugar, y en relación con este clima de presión, quedó de manifiesto que había poderosas élites en los partidos políticos contrarias a la resolución del tema de la territorialidad vasca bajo un proyecto común para las cuatro provincias vascas peninsulares. El PNV y el PSOE admitieron la imposibilidad inmediata de un futuro estatuto común de autonomía que englobara a Vascongadas y a Navarra.
Ello a pesar de que la defensa de la Constitución chocara con la defensa de las libertades, y de que la profundización de la democracia quedara limitada en aras de la gobernabilidad; gobernabilidad que tampoco fue lo suficientemente eficaz y armoniosa como dichos partidos hubieran deseado.
La fuerza de los hechos y del tiempo transcurrido desde 1978 muestra que la separación territorialidad administrativa, conforme muestra cierta materialidad institucional, capacidad de reglamentación y de autorrepresentaicón desde los propios símbolos que va generando, va creando su propia base social en detrimento de proyectos comunes entre los vascos. De aquí que hoy mismo, a cien años del nacimiento del PNV-EAJ, estemos sufriendo las consecuencias de los problemas que se derivan del auge del provincialismo foralista que supuso el acordar un estatuto de autonomía para Vascongadas sin contar con Navarra; el que no se dejara expresarse libremente a esta provincia respecto al tema; y que posteriormente no se fundamentara un proyecto vertebrado de poder vasco, dejando esta cuestión en manos de los foralismos provincialistas que triunfaron tras la aprobación de la Ley de Territorios Históricos en Vascongadas, aun a costa de la propia escisión del PNV. Si las responsabilidades, o mejor la falta de responsabilidad ante la ausencia de un proyecto vasco, hay que anotarla en el debe del PNV, en Navarra, las fuerzas nacionalistas españolas y regionalistas forzaron el mantenimiento de una comunidad uniprovincial a pesar de las dificultades para su propio desarrollo, problemas que provenían y que se van reforzando debido a las limitadas dimensiones poblacionales y territoriales de Navarra.
Con todo, hay otro nuevo factor que viene a distorsionar lo que hasta ahora ha acontecido respecto a este tema. Me refiero a la dimensión europea que está adoptando el nuevo rumbo del desarrollo político de Europa occidental: No se trata tanto de hablar sobre si fue antidemocrática la entrada en la CEE, o sobre si son criticables muchos de los aspectos que vemos en esta reconstrucción del capitalismo occidental, sino de centrarnos en la influencia real que está teniendo en numerosos aspectos de nuestra vida social la nueva construcción europea. Cuestiones que están indicando ya a la comunidad vasca caminos de futuro, que se están abriendo por mor de una nueva situación territorial y de división del poder y de la toma de decisiones en Europa.
Cuestiones que plantean la necesaria reformulación y cambio de estrategias y elementos programáticos, y sitúan a las fuerzas políticas y sociales vascas en el reto de resituarse de cara a lo que está siendo una realidad, que cada vez tiene menos de futuro, frente a la cómoda postura de quedar a la espera de lo que van a ser sus inesperados efectos.
Emilio Majuelo Gil.
Historiador.
EGIN