DEL NACIONALISMO REVOLUCIONARIO AL "HERRI BAT GARA".
Las referencias que se realizaron al nacionalismo desde la primera Izquierda Abertzale estuvieron, siempre, muy matizadas por la influencia del gran padre que fue Sabino Arana.
La verdad es que en los años más negros del franquismo, el estudio de los pioneros del nacionalismo vasco se hacía casi de boca en boca, por la dificultad de acceder a los textos orginales anteriores a la Guerra Civil. En consecuencia, hubo muchos conceptos confusos, relatos alborde del abismo y mucho, demasiado, desconocimiento. Se hablaba de la rendición de Santoña como alta traición pero, a la vez, el presente se quedaba marcado por el heroísmo de la guerra. Cuando José Antonio Agirre murió en 1961, ETA le dedicó la portada de Zutik bajo el título de "presidente maitia", mientras que en los meses siguientes y desde "Vasconia" se decía que Leizaola, el sucesor de Agirre, era poco menos que reo de muerte por no haber enseñado euskara a sus hijos.
Los primeros cuadernos de formación de ETA al respecto fueron, en esta línea, muy rudimentarios y demasiado influenciados por la crónica oficial del PNV. Prenacionalistas como los hermanos Garat, Antoine DAbaddie, Agustin Xao o nacionalistas no encuadrados en los credos del PNV de la época como Manuel Irujo o Eli Gallastegi eran perfectos desconocidos. La Guerra Civil pesaba demasiado y, dentro de ella, únicamente existían las crónicas ligadas al Eusko Gudarostea que, a pesar de ser únicamente un tercio de las fuerzas vascas movilizadas, se confundían con el Ejército Vasco que dirigió Agirre, lehendakari y comandante en jefe.
Únicamente Federico Krutwig y José Antonio Etxebarrieta fueron capaces de salir de esa dinámica, para plantear un mundo histórico y teórico mucho más amplio que el emanado de las trictrices de Juan Ajuriagerra. Simultáneamente, las nuevas generaciones para quienes la Guerra Civil y la Segunda Guerra mundial eran sólo un recuerdo de los mayores, conocían en el exilio las obras de los grandes pensadores revolucionarios de las luchas de descolonización: Truong-Ching, Frantz Fanon, Ho Chi Min o Che Guevara.
El encuentro de las nuevas generaciones fue decisivo, lo que produjo una ruptura de alcance con el PNV. Aún quedarían demasiados flecos, pero cuando la idea del Frente Nacional, exportada también desde algunos procesos emancipadores de las excolonias, quedó cegada por el temor de los jelkides a perder protagonismo, la ruptura quedó sellada. El cisma fue definitivo después de las conversaciones de Txiberta a principos de 1977. Todos los partidos abertzales, incluido el carlista navarro y el PNV, se juntaros para debatir sobre una nueva estrategia común frente al nuevo periodo constituyente que se abría. El anterior que había producido el llamado Pacto de San Sebastián (y que tuvo la Segunda República como consecuencia) había dejado al PNV fuera de la dinámica española.
En esta ocasión, el PNV apostó por España. Txiberta se rompió en tres líneas, las misma que, finalmente, se harían hegemónicas dentro de la sociedad vasca. El PNV, que ya iría junto al PSOE para el Senado en las primeras elecciones a las Cortes de Madrid (junio de 1977), despreció el país, según dijeron, por razones pragmáticas. Los polimilis apostaron por la vía del socialismo revolucionario (variante en los años setenta del nacionalismo revolucionario) con los resultados que, quince años depués, todos conocemos.
Los milis, en la línea también conocida, se quedaron solos en su proyecto de frente independentista. Un año más tarde, Herri Batasuna recogería los flecos del proyecto fracasado de Txiberta.
Desde entonces para aquí, la expresión del nacionalismo contaría con dos versiones absolutamente divergentes.En la actualidad, no se puede afirmar que exista un solo nacionalismo con diferentes tendencias, sino todo lo contrario. Existe, sí, un nacionalismo, quizás encarnado por los jeltzales, que parte de una concepción pasiva o lo que es lo mismo, de una definición indeterminada. Es cierto que la raza, que Sabino definión como eje de la nacionalidad vasca, ha sido matizada por términos como el de etnia, en boga entre los románticos alemanes (de cuyas fuentes, por cierto, el PNV gusta beber). Pero poco más. Para ellos, la nación es previa al individuo, le da sentido, no son nada sin ellos. Es, en síntesis, un modelo orgánico.
Las experencias de estos últimos quince años al respecto son numerosas. En aras a esa idea, las instituciones nacionales han adquirido el título aglutinador, aunque para ello se tuviera que hacer dejación del resto. Sabino Arana tuvo la intuición de proponer un cuerpo social, basado en rasgos propios (la raza entonces, frenta a la concepción de Arturo Campión que apostaba por la lengua) pero que únicamente servía para marcar diferencias. Es decir, a través de las necesidades de cada época, los "autóctonos" vascos se diferenciaban de gallegos, extremeños o castellanos.
Sin embargo, para la Izquierda Abertzale, el concepto nacionalista pasaba por otras coordenadas bien diferentes y en especial activas. Según fueron aportando las organizaciones surgidas de ETA en sus diferentes interpretaciones y valoraciones de este debate inacabado, la construcción nacional vasca es producto de su autoafirmación. De esa manera, intervienen efectivamente procesos históricos y étnicos, pero también otros de continuidad, de comunicación linguística o de estabilidad territorial, sin que ninguno de ellos se excluyente.
La confrontación y combinación de todos estos procesos se materializa en la confromación de una identidad colectiva, convirtiéndose en nación en el momento de la autoafirmación y proyectándose al futuro como sujeto de una construcción social. Esta es la gran diferencia entre el nacionalismo heredero de Sabino y el auspiciado como proyecto desde la Izquierda Abertzale. Mientras que el PNV hace una lectura de la nación con el único sello de la diferencia (y las expresiones institucionales correspondientes), la Izquierda Abertzale abre un nuevo campo interpretativo con un proyecto de soberanía, de legitimidad, de supervivencia, de autodefensa, de economía, etc...
La lectura de estas ideas conduce irremediablemente, a la diferencia en el método. El nacionalismo jeltzale, amparado en ese concepto, implica a la nación vasca como un todo, en donde los ciudadanos tienen poco que decir porque son meros espectadores. En este proyecto, las instituciones son quienes marcan la objetividad. Por el contrario, la Izquierda Abertzale sustenta su esquema en la decisión de llegar a ser. La clave es, pues, la conformación de esa voluntad que, hoy en día, se traduce en organización, acción, combate y formulación de un proyecto político, económico y social.
Iñaki Egaña.
Escritor.
EGIN.