AUTONOMÍA E INDEPENDENCIA, Adversarios de viaje.
Muchos de quienes se han ocupado de ordenar los datos del nacionalismo vasco coinciden en afirmar que hacia 1898, con el desembarco de Sota y los suyos en el PNV, se habría introducido la posibilidad de un nacionalismo distinto al aranista cuyos primeros frutos se alcanzaban en torno a 1906 y cuyas últimas cosechas se recogen todavía en la actualidad. Existe un acuerdo en la fecha, en el modo y en los efectos, aunque se dan diferencias en las calificaciones de este neonacionalismo de inspiración sotista, para unos se trata de moderación, para otros de realismo o posibilismo bendecido por el propio fundador.
Hay quienes prefieren, en cambio, hablar de traición o desviacionismo y no falta hoy quien se refiera a esta opción como "nacionalismo democrático".
En todo caso, la llegada de Sota se habría producido en vida y obra de Arana y constituye quizás uno de los puntos más oscuros y graves de todo el periodo fundacional. 1898 es, sin duda, una fecha decisiva y delicada para el proyecto sabiniano. Guerra hispano-USA, exaltación patriotera española, acoso judicial contra el PNV, problemas financieros y, en medio de todo, una propuesta de Luis Arana: el intento de romper este cerco con una arriesgada innovación en la estrategia sabiniana, presentándose a las elecciones provinciales. En efecto, Sabino Arana sería candidato en las elecciones aquel año, pero el gobierno le cerrará el periódico y una manifestación de bilbainos españolistas le apedrearán la casa.
En ese momento, el ingreso en el partido del naviero más importante de España y uno de los industrales más prósperos de la ría, representaba para el nacionalismo no sólo el sosiego financiero, sino una cobertura social inalcanzable hasta entonces en aquel Bilbao mercantil y agitado de fin de siglo. Lo cierto es que el sotismo supondrá un elemento de equilibrio, moderación y suspensión para el ritmo febril que los fundadores del nacionalismo habían impuesto a su movimiento.
Tal vez a causa de ello, en los últimos años de su vida, sin abjurar ni de hecho ni de derecho de ninguno de sus postulados, creencias y objetivos, Arana acusará no obstante un mayor pragmatismo cuya cima es la propuesta para liquidar el PNV y la oferta de una Liga de Vascos españolistas en 1902. En este pragmatismo, desde luego, no sólo influye el ambiente moderador del sotismo sino, sobre todo, la indesmayable represión de los gobiernos españoles y la creencia de que su proyecto, en los términos en los que estaba concebido, había fracasado por culpa de una serie de circunstancias externas. Sea como fuere, el virus pragmático quedaba amarrado a las gargantas del PNV y creará las condiciones para la existencia crónica de esos dos adversarios de viaje en el interior del nacionalismo, que aparecen en toda la historia nacional vasca y que hoy conocemos como autonomismo e independentismo. La persistencia de ambos y las dificultades de hecho para acordar entre ellos algo parecido a un frente común nacionalista, son ciertamente una de las principales señas del nacionalismo de todos los tiempos.
La primera vez que salieron a flote estas diferencias fue entre 1916 y 1921. Fueron cinco años de forcejeo entre el nacionalismo de Sota, apoyado por las tesis de Kizkitza, y el empuje aranista ortodoxo de Juventud Vasca, que lideraban Gudari y los aberkides. Esta primera crisis, cuyo desarrollo se puede seguir por las páginas de los órganos de prensa de cada sector, el "Euzkadi" y el "Aberri", terminará por definir la doble interpretación del nacionalismo. Para Kizkitza y las autoridades del EBB, los objetivos del nacionalismo consistían en recuperar la legalidad anterior a 1839 y esto no significaba necesariamente romper con España. Para Gudari y Aberri, en cambio, la meta del nacionalismo es conseguir la independencia absoluta de Euskal Herria. Por otra parte, según las tesis de Sota-Kizkitza, el nacionalismo no debería admitir en su seno la mínima fisura social. Euskadi no podía "importar" aquella lucha de clases que pondría en peligro el triunfo social de la raza. Aberri, por el contrario, y con él muchos de los primeros sindicalistas del nacionalismo que militaban en ELA, rechazaba la falsa doctrina de la fraternidad impuesta y de la explotación en nombre de la Patria.
Una segunda fase de este largo viaje se abrirá en los años 30 con la escalada autonómica del futuro lehendakari Jose A. Aguirre y la negativa de los mendigoizales del Jagi-Jagi, al mismo tiempo militantes del PNV, a hacer campaña a favor del Estatuto. De nuevo Gudari lidera el sector independentista y de nuevo el autonomismo aparece encarnado en las actitudes de las jerarquías jelkides. Además, la aparición de una nueva fórmula ANV, empieza a complicar el panorama nacionalista al introducir ingredientes no confesionales y tendencias de izquierda.
La guerra del 36 conseguirá ahogar en gran parte la virtualidad de una nueva discusión, y quizás de otra ruptura, sobre la interpretación doctrinal del aranismo y sobre el sesgo social que el nacionalismo debía de adoptar. Luego la postguerra franquista, durante mucho tiempo, actuará de bálsamo represiva y aniquilador de las posibles diferencias.
Pero las heridas ideológicas no llegaron a cicatrizar en el exilio. Por el contrario, en los años 60 se abrirá una tercera fase en este debate que llega hasta hoy, en la cual las posiciones de los contendientes aparecen más nítidas y encarnadas además en sendos movimientos políticos de mayor entidad. En esas fechas, por otra parte, se recrudecen los enfrentamientos teóricos sobre la cuestión social. Para el grupo que se identifica con ETA no cabe aceptar el moderantismo práctico del PNV, coincidente además con un estatutismo interesado que le colocaba a la cabeza de un fantasmal Gobierno Vasco en el exilio. Por el contrario, al definirse como movimiento revolucionario en 1962 y como socialista en 1967-68, ETA propuganará un nacionalismo de contenidos de clase con expreso rechazo del capitalismo peneuvista. No obstante estas divergencias, habrá siempre ofertas de "aparcamiento" de las luchas internas ante los objetivos comunes. Basándose en la tesis de que cualquier nacionalismo revolucionario debe de tener como prioritaria la libertad de su pueblo, la ETA que surge de la V asamblea no rechazará la posibilidad de acuerdos con otras fuerzas nacionales interesadas en la independencia vasca.
Pero, incluso antes de que desaparezca la dictadura franquista, se malograrán todos los intentos de encontrar una fórmula frentista ante el enemigo común.
En varias ocasiones la colaboración nacionalista no llegará a cuajar, fundamentalmente por la negativa del PNV a utilizar otro Frente que no fuese el añejo Gobierno Vasco de 1936 o el propio partido.
La situación actual es heredera directa de esta historia de incomprensiones, agravada si cabe con la disputa por los beneficios personales y materiales derivados de un Estatuto que descentraliza algunas competencias duras, como la porra de la Ertzaintza, y otras blandas como la piratería de vídeos y vaqueros, pero que al recuperar el viejo sistema de Concierto y Cupo, permite el control de cuantiosos medios económicos. Hoy los partidos autonomistas, EA y PNV, se apuntan a una política stop-go, con pasos calculados y complacientes trabados a veces con un discurso verbal agresivo, pero diseñado con cuidado de no romper la cuerda. Si durante el franquismo las posibilidades de un Frente nacionalista nunca resistieron más de una reunión, ahora con un buen pedazo de poder en sus manos, los autonomistas han hecho de este deseo una quimera. Mientras tanto los independentistas, entre los que figuran el histórico ANV y HB, o la organización ETA, con otros grupos sindicales y sociales, se impacientan por la estrategia de fruta madura de los estatutistas o ante la convicción de que, una vez más, inconfesables intereses estén cegando el camino de la libertad. Están persuadidos, tras 60 años de "gobierno vasco" y 20 de postfranquismo, que la política autonómica sólo conduce a una pared y que España no soltará su presa ni por las buenas, ni por sorteo. Los autonomistas, que por cierto se resisten a ser identidifacdos de este modo, en cambio insisten en la bondad paulatina y sigilosa de su estrategia. Pero su consigna de "el Estatuto como peldaño" choca demasiado a menudo con la cruda realidad, y sus líderes, mal que bien, vienen en reconocerlo cada vez más... Y en esas estamos. Esta historia de gente que tripula un mismo barco en dos direcciones distintas parece que puede continuar así otros cien años.
José María Lorenzo Espinosa
Profesor de historia, Universidad de Deusto.
EGIN.